A un año de los veinte del 11S, siguen circulando conspiranoias sobre ese suceso que nos impactó masivamente, en directo -y en diferido también- y cristalizó ese día para todas las personas de mi edad para arriba. Tener recuerdos del 11-S es señal de una generación, es una línea que divide a los que lo tenemos y los que vivían en el mundo de la infancia o no habían nacido.
Todos los años desde entonces ha habido una conversación ese día, un hilo de comentarios, una conversación en redes, un momento en el que todos sacamos nuestros recuerdos. Conocer a alguien y tener una relación probablemente ya implica que nos hemos contado lo que estábamos haciendo ese día, repasando esa historia mil veces. Explicando el contexto de nuestras vidas en ese año, que ya ha quedado tan lejos.
La pandemia de 2020 trae incertidumbres y recuerdo esos días. Y lo de vivir con alegrías y con miedo y todo a la vez, pegado a los informativos, tratando de entender. Las imágenes del 11S me siguen estremeciendo. He visto estas, con sonido ambiente, y he vuelto a sentir el estupor ante la pantalla del móvil, 19 años después.
También este año he conocido este poema de Cristina Peri Rossi, activista y poeta uruguaya exiliada en Europa.
El once de septiembre del año dos mil uno
mientras las Torres Gemelas caían,
yo estaba haciendo el amor
El once de septiembre del año dos mil uno
a las tres de la tarde, hora de España,
un avión se estrellaba en Nueva York,
y yo gozaba haciendo el amor
Los agoreros hablaban del fin de una civilización
pero yo hacia el amor
Los apocalípticos pronosticaban guerra santa,
pero yo fornicaba hasta morir
-si hay que morir que sea de exaltación-
El once de septiembre del año dos mil uno
un segundo avión se precipitaba sobre Nueva York
en el momento justo en que yo caía sobre ti
como un cuerpo lanzado desde el espacio
me precipitaba sobre tus nalgas
nadaba entre tus zumos
aterrizaba en tus entrañas
y vísceras cualesquiera
Y mientras otro avión volaba sobre Washington
con propósitos siniestros
yo hacía el amor en tierra
-cuatro de la tarde, hora de España-
devoraba tus pechos tu pubis tus flancos
hurí que la vida me ha concedido
sin necesidad de matar a nadie
Nos amábamos tierna apasionadamente
en el Edén de la cama
-territorio sin banderas, sin fronteras,
sin límites, geografia de sueños,
isla robada a la cotidianidad, a los mapas
al patriarcado y a los derechos hereditarios-
sin escuchar la radio
ni el televisor
sin oir a los vecinos
escuchando sólo nuestros ayes
pero habíamos olvidado apagar el móvil
ese apéndice ortopédico
Cuando sonó
alguien me dijo: Nueva York se cae
ha comenzado la Guerra Santa
y yo, babeante de tus zumos interiores
no le hice el menor caso,
desconecté el móvil
miles de muertos, alcancé a oir,
pero yo estaba bien viva,
muy viva fornicando
qué ha sido? -preguntaste,
-«creo que Nueva York se hunde», murmuré,
comiéndome tu lóbulo derecho, «Es una pena», contestaste
mientras me chupabas succionabas
mis labios inferiores
Y no encendimos el televisor
ni la radio el resto del día,
de modo que no tendremos nada que contar
a nuestros descendientes
cuando nos pregunten qué estábamos haciendo
el once de septiembre del año dos mil uno,
cuando las Torres Gemelas se derrumbaron sobre Nueva York.
Cristina Peri Rossi
(via Belén Remacha)