Por esas cosas de la sostenibilidad del planeta estoy cambiando la mitad del esquema de iluminación de mi casa, sustituyendo luces que ya eran bajo consumo por unas LED. El fin de semana vino papá a casa a comer y trajo varias para instalarlas.
Estaba en ello, subido a un banco y le pregunté si necesitaba que le alcanzara herramientas o me quedara a su lado. Me dijo que no hacía falta. Me puse a hacer otras cosas y me llamó. Sólo quería mostrarme mientras las ponía cómo era la conexión y cómo se colocaban los cables. Debo decir que previamente habíamos hablado bastante sobre las luces LED, sus números de rendimiento y ahorro y la forma de conectarlas en la instalación que ya tengo.
Esto que mis padres han hecho toda la vida nunca me había llamado la atención, pero esta vez me di cuenta de algo. No me necesitó para que le ayudara, pero sí me hizo dejar todo para explicarme algo nuevo. Nunca me había fijado en esto porque desde que tengo cero años mis padres siempre me han mostrado todo, siempre me han explicado cómo se hacen las cosas y cómo puedo hacerlas yo misma. Si no lo sabíamos, lo averiguábamos.
Cuando escucho cosas como «eso es de niñas», cuando veo catálogos que clasifican juguetes por colores rosa/azul, cuando alguien me pregunta si algo no me da miedo porque soy mujer, recuerdo que he tenido una infancia privilegiada, y que queda mucho por hacer, empezando por la forma en que hablamos con las niñas pequeñas.
Imagen: Grow up – Tahel Maor