La sabiduría de las multitudes, Wikipedia y el periodismo

Crowd

Mucho se ha escrito sobre la sabiduría de las multitudes (the wisdom of the crowds) y creo que mucho aún se escribirá, en estos tiempos movedizos donde la autoridad tiende a ser puesta en duda y la conectividad parece un factor más importante que otros, mientras el aporte cooperativo y altruista construye obras como la Wikipedia.

Esta semana, en una interesantísima discusión con compañero, llegamos a un debate interesante: si un trabajo que utilizase información proveniente de cualquiera que tuviera acceso a internet podía considerarse periodístico. Y si eso cambiaría si fuera una multitud la que aportase los datos.

Uno de los deberes innegables del periodista es comprobar todos los datos que incluye en su trabajo, pero ¿qué pasa cuando no es posible por la alta cantidad de aportes? Cuando debe fiarse de los contenidos que aporta de esa masa, ¿sigue siendo periodístico, o es otra cosa? ¿Nos negamos a reconocerlo como periodístico? ¿Tiene menos calidad?

El primer ejemplo vivo del logro de la inteligencia colectiva que me vino a la mente fue la Wikipedia. Con 26 millones de artículos en 285 idiomas a fecha de mayo de 2013 es uno de los mayores repositorios de conocimiento de la Humanidad contemporáneos. Nació en 2001, lanzada por Jimmy Wales y Larry Sanger, como un side-project de Nupedia, una enciclopedia online editada únicamente por expertos. Uno de los problemas de Nupedia era la lentitud que exigía el proceso, ya que no era una wiki sino que los expertos debían pasarse los papers y aprobarlos. En sus primeros 6 meses lograron sacar 2 artículos, y en su primer año sólo 21, mientras que en su primer mes Wikipedia había producido 200.

Rápidamente alcanzó popularidad, y casi media internet ya usaba Wikipedia (es un decir), cuando dejó de ser una fuente innombrable en 2005. En marzo de ese año la revista Nature publicó «Internet Encyclopedias Go Head to Head», un paper de Jim Giles, donde se comprobaba que la Wikipedia es al menos igual de fiable que la Enciclopedia Británica en los artículos científicos. Nature había pedido a expertos de distintas disciplinas que revisaran 50 artículos sobre los mismos temas y longitud similar en cada enciclopedia y los evaluaran teniendo en cuenta la exactitud de los datos. El resultado arrojó 2,9 errores por artículo en la Britannica versus 3,9 en la Wikipedia.

Nature también entrevistó a más de 1.000 de sus propios autores sobre su uso de enciclopedias, y encontró que más del 70% de los encuestados dijeron consultar Wikipedia en temas científicos, mientras que el 80% calificaba como «excelente» o «satisfactoria» la cobertura de un tópico, la relevancia de la información, la exactitud y la oportunidad de Wikipedia.

Rápidamente los wikipedistas crearon un proyecto para corregir los errores que había señalado el paper de Nature, y también crearon una página en la Wikipedia que listaba los errores que había en la Enciclopedia Británica.

¿Cómo puede ser posible? Con esto tenía algo que ver la Ley de Linus, basada en lo que dijo Linus Torvalds: «Dado un número suficientemente elevado de ojos, todos los errores se convierten en obvios». Este enfoque es usado para sostener el software libre, cuyos desarrolladores liberan el código cada cierto tiempo para obtener una mayor cantidad de correcciones en menos tiempo.

Ya se habla de ejemplos de comprobación de la sabiduría de las multitudes en 1906, cuando en una feria rural en Plymouth, 800 personas participaron en un concurso para estimar el peso de un buey. El estadístico Francis Galton observó en ese momento que la estimación de media, 1207 libras, se alejaba sólo por 1% de error del verdadero peso del buey que era 1198 libras.

Parece sin embargo que las multitudes y su sabiduría no aciertan siempre. James Surowiecki, en su libro The Wisdom of Crowds, trata sobre cómo los grupos toman decisiones mejores que las que hubiera tomado su miembro más inteligente. Surowiecki analiza muchos casos y también detalla los factores que hacen que la multitud falle: homogeneidad entre esas personas; división de manera en que no haya difusión de información necesaria para otros miembros; imitación o factores emocionales que puedan llevar a la presión de los pares o comportamiento gregario.

Entonces ¿crees en la Wikipedia? Yo creo, pero no voy a misa. Creo pero busco otras fuentes, creo pero sigo leyendo. Para mí estamos en momentos clave para el periodismo, porque es ahora cuando debemos aprender cómo navegar en estos nuevos flujos y fuentes de información, cómo no perder el norte en el torrente de datos, y cómo ejercer esa necesaria tarea de darles sentido. Y que lo hagamos sin complejos, sin miedo a la autocrítica, abrazando la riqueza de internet y estos nuevos procesos, sin perder la experiencia de la historia que nos precede.

Foto: James Cridland

La Wikipedia impresa

Esto es como las traducciones literales, son imposibles aunque muchos se esmeran en que existan. Conozco varios cuyo sueño imposible es imprimir internet. Tenerla ordenada, dormida, congelada en papel. El artista Rob Matthews ha materializado algo de esto imprimiendo la Wikipedia. Una ilusión, porque al siguiente minuto su contenido ya se habría editado, creado y corregido muchas veces.

Por qué Susan Boyle no es viral (y la industria tiene que cambiar el chip)

Llámenme insensible pero lo más conmovedor de Susan Boyle no es la historia de Cenicienta que maneja detrás sino los números que muestran la propagación alucinante que puede sufrir un mensaje en nuestra era de redes y todo lo que tienen estos para decirnos sobre los nuevos modelos de distribución de la cultura.

El video de 7 minutos colgado en Youtube ha quebrado todos los récords de visionado en una semana -al momento de escribir este post, 14 días después de publicado, 43.6 millones de visitas y subiendo-, incluso de algunos que llevan varios meses, como la imitación de Sara Palin por parte de Tina Fey (8.7 millones) o el discurso de la victoria de Obama la noche de su elección (4.8 millones de visitas en este momento). Pero es que según Visible Measures, que mide estadísticas de varios sitios que comparten videos, todos los videos con Susan Boyle, incluyendo sus entrevistas en televisión, han generado un total de 85.2 millones de vistas. Julie Supan, portavoz de Youtube, dice que en sus cuatro años en la compañía no recuerda un video que rankeara de esta manera.

El Washington Post recoge estas y otras estadísticas, como las de su página en Wikipedia que sumaba 500 mil visitas a una semana de su creación, o los datos de su página en Facebook, que sumaba cientos de nuevos miembros cada pocos minutos y en una semana pasó de 150 mil miembros a más de un millón.

Pero mucho más interesante es el análisis de Henry Jenkins, , que evita llamar virales a estos procesos, sino que habla de spreadability, y la diferencia detrás de eso es la intención. Dice Jenkins:

The difference between «viral» and «spreadable» media has to do with the conscious agency of the consumers. In the viral model, nobody is in control. Things just go «viral.» In the Spreadability model, things spread because people choose to spread them and we need to understand what motivates their decision and what facilitates the circulation.

While she originated on British broadcast television, her entry into the American market was shaped more by the conscious decisions of 87 plus million people who choose to pass her video along to friends, families, work mates, and fellow fans than by any decision by network executives to put her on the airwaves in the first place.


En estos días en España estamos hablando mucho de la cultura y de los posibles nuevos modelos para distribución de contenidos, y datos como éste ponen de manifiesto de qué estamos hablando. Los usuarios ya son parte de esa distribución de los contenidos, nos guste o no:

We have to understand the Susan Boyle phenomenon as occurring at the intersection between broadcast media (or to use Amanda Lotz’s term, television in the post-network era.) In other words, this is convergence culture at work.

The Susan Boyle phenomenon would not have played out the same way if there wasn’t YouTube, if there weren’t social networks, if there weren’t Twitter. Indeed, the very similar video of Paul Potts making a similarly surprising success on the same program generated nowhere near the same level of circulation a year ago (though it may have also prepared the way for the public’s interest in this story). What allowed the Susan Boyle video to travel so far so fast was that it could travel so far so fast.

En el mismo análisis se menciona ese plus de audiencia ganada a los medios tradicionales: el vídeo se distribuyó sin derechos de comercialización en el resto del mundo, simplemente porque no había forma de hacerlo. Quien hubiera querido consumir ese momento no tenía forma de comprarlo: el programa no fue distribuido comercialmente fuera del Reino Unido, ni en Hulu, ni en iTunes, ni con la misma inmediatez, ni con la recomendación de un conocido que decide compartir ese contenido.

Aunque los productores del video podrían haber monetizado las visitas, según Wired, decidieron no hacerlo, porque no se trataba de eso. Jenkins cree que tanta spreadability incluso puede significar más una responsabilidad (liability) que una baza (asset), porque el interés de las personas es efímero, y si Susan Boyle grabase un disco, para el momento en que ese disco saliera al mercado ya no existiría el mismo interés que hace que la gente busque sus datos en Wikipedia.

Susan Boyle, la mujer que paradójicamente no sabía lo que era Youtube, nos está haciendo ver muchas cosas. Entre ellas, que todavía tendemos a transladar los antiguos modelos de promoción y publicidad a la nueva forma de difusión de la cultura, queremos encajar eso en el fenómeno de las conversaciones grupales, queremos números rápidos.

Ya no habrá virales, nunca los hubo si creíamos que el contenido se transmitía casi involuntariamente. Que contagioso significaba carente de decisión. Las decisiones de la multitud cuentan, y cuentan más que nunca.