En 2018 Amnistía publicó una lista de dominios maliciosos que estaban relacionados con Pegasus. Siete de ellos se localizaban en servidores en España. Se podría haber seguido la pista, claro. Pero nadie lo investigó. He preguntado a la Audiencia Nacional, al Consejo General del Poder Judicial, al Ministerio del Interior.
Amnistía también nos dice que ninguna institución española les ha contactado con respecto a eso. Los dominios tenían indicadores de compromiso de Pegasus, como determinó la investigación de Amnistía. Cuatro años después, las únicas investigaciones son las de cargos del gobierno y del ámbito catalán. ¿Quién investiga el resto esos 1.483 prefijos españoles infectados? Esta semana hemos publicado esta historia. Por cierto, me ha parecido que no hay muchas fotos de Pedro Sánchez hablando en su móvil.
En una época en la que internet estaba dominada por los hombres, Judith Milhon, programadora autodidacta conocida como St. Jude, fue una ardiente defensora de los placeres de la piratería informática, el cibersexo y el derecho de la mujer a la tecnología. Su frase era «¡Las chicas necesitan módems!».
Fue miembro de Computer Professionals for Social Responsibility (Profesionales de la Informática para la Responsabilidad Social), un grupo que ella describía alegremente como una «comuna de programación izquierdista». CPSR creó el Proyecto de Memoria Comunitaria en 1973, que se considera el primer sistema informático público en línea.
Describió el hacking como un «arte marcial: una forma de defenderse de los políticos políticamente correctos, de las leyes demasiado intrusivas, de los fanáticos y de la gente de mente estrecha de todas las tendencias», en una entrevista concedida en 1999 a Michelle Delio, de Wired. El hacking, argumentaba, representaba «la elusión inteligente de los límites impuestos, ya sea por tu gobierno, por tus propias habilidades o por las leyes de la física».
Milhon desconfiaba de las jerarquías y le desagradaban especialmente los estereotipos masculinos asociados a los ingenieros y a los hackers de la zona de la bahía. Una vez comentó, tras visitar una reunión del Home Brew Computer Club en 1975, que había una llamativa falta de mujeres hackers de hardware, y que era frustrante ver la obsesión masculina de los hackers por el juego tecnológico y el poder.
Era periodista y fue editora de Mondo2000, «una publicación sorprendente para su época, que ayudó a dar a luz a una expresión creativa llamada cultura ciberpunk, una estética futurista y de ciencia ficción que interponía la piratería informática, la alta tecnología, el consumo de drogas, el sexo y la sensibilidad gótica».
No sólo bautizó a los cypherpunks sino que fue cofundadora del grupo, pero no se ha escrito mucho sobre ella. Murió en 2003.
Hasta hace poco cuando hablábamos de brecha digital se usaban métricas de penetración de internet, cantidad de dispositivos o líneas de datos de ADSL entre la población, cantidad de personas que decían haber utilizado internet en el último mes. Esto hace rato que ha quedado atrás. En el mundo muchas cosas han cambiado y no es raro encontrar números bastante altos de porcentaje de líneas móviles en países africanos, donde un móvil con una conexión es algo básico para la supervivencia.
La brecha digital también se transforma, y ahora el precipicio se abre entre las formas en las que usamos la red unos y otros. Incluso en países donde casi todos tenemos internet, un grupo de la población, el de las personas mayores, se está quedando afuera y reclaman su inclusión.
El primer estudio con análisis masivo de datos de telecomunicaciones de un país entero, europeo, desarrollado, revela que con un acceso igualitario hay dos grandes grupos de comportamiento en la red, que sobre todo, están relacionados fuertemente con la renta media y el nivel educativo de la población. Cuando leí el estudio, enseguida me puse en contacto con dos de sus investigadores, Esteban Moro e Iñaki Úcar, para hacerles muchas preguntas. "Nosotros vimos que no todos veían la misma internet", me dijo Esteban.
Los gobiernos de casi uno de cada tres países han censurado redes sociales desde 2015. La excusa es la seguridad, pero los cortes suceden en momentos de protesta social y conflictividad política. Sólo el año pasado se registraron cierres de redes sociales o apagones completos de internet en al menos 17 países, que afectaron a 250 millones de personas en todo el mundo. Esto ha resultado en la paralización de la comunicación entre millones de ciudadanos en un año de pandemia y zozobra política.
Las redes más censuradas: Facebook, WhatsApp, Twitter
Las plataformas más censuradas desde 2015 según la base de datos del estudio de Surfshark, son Facebook (48), WhatsApp (42), Twitter (38), YouTube (36), Instagram (28), seguidas de otras como Telegram (21), Skype (20) y Messenger (17). El estudio también pudo identificar censura o bloqueos específicos de otras plataformas: Tiktok, Linkedin, Zoom, Tinder, Vimeo, Signal, Snapchat, Viber, Facetime, Duo, y Soundcloud.
Cuando algo me entusiasma demasiado, me siento incómoda. En cuanto busqué algo de información sobre la web3, había algo que me parecía demasiado seductor, el retorno a «lo bueno de la web1.0», la promesa, el entusiasmo de una comunidad de gente que quiere cambiar el mundo. Cómo no identificarse con eso.
Pero había algo que no cerraba. ¿Cómo funciona la lógica que predica distribución del poder y la igualdad de oportunidades y la democracia pero pone en el centro el poseer (aunque lo que compres sea un certificado digital virtual)?
Dicen que el truco de los ilusionistas funciona sólo si no sabes hacia dónde poner tu atención cuando miras. En momentos en los que la web3 propone una internet descentralizada, pensé que deberíamos poner el foco en saber cómo están funcionando los mecanismos basados en estas tecnologías en relación a la distribución del poder.
Mi Goodreads dice que fueron 55. El número es lo de menos cuando releo la lista y recuerdo los mundos que viví en ellos, a mí siempre me gustó apuntar los libros que iba leyendo. Justo para eso, para recordarlos. Este año me convertí en fan absoluta de García Llovet, con su Gordo de Feria, después de haberme encantado tanto Sánchez, su libro anterior. Espero con ansias el cierre de esta trilogía tan bien escrita, tan lúcida, tan fresca.
El libro shock del año fue Un amor, de Sara Mesa. Me habían advertido algo, pero no pensaba que alguien podía escribir de esa manera, preparando el terreno para ablandarte de a poco, dándote golpes que aguantes, para dejarte devastada en su última página. Qué terrible poder el de escribir así.
Dos libros de oro, Hamnet, de Maggie O’Farrell; y Hierba mora, de Teresa Moure; y Ursula K. Le Guin con The Lathe of Heaven me hicieron viajar en el verano, junto con la monstrua de Rachel Cusk.
Jodi Kantor, Megan Twohey y Patrik Radden Keefe están los mejores periodistas contemporáneos pero es que además escriben bien. De PRK devoré su «No digas nada», y la misma suerte está corriendo su «Empire of Pain», que empecé los últimos días de diciembre. De She Said, diré que es de esos libros que me tengo que prohibí leer por la noche porque me olvidaba de dormir.
An ugly truth: Inside Facebook’s Battle for Domination, Sheera Frenkel & Cecilia Kang
Este jueves 13 de mayo Esade y la Fundación Friedrich Naumann presentan un informe sobre los principales dilemas que plantea la desinformación, su regulación, y las opciones que las democracias liberales deberían tomar para enfrentarse a todo ello. Me han invitado a moderar la mesa de expertos, en la que están Antonio Caño, exdirector de El País y David Jiménez, exdirector de El Mundo, ambos hoy columnistas. Más info
Para poder asistir a este evento online, hay que enviar un email con asunto “Desinformación” a madrid@freiheit.org con tu nombre completo y medio. Recibirás link para visionado. [PDF]