Habla el último indio

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No sé por qué ni cómo sobrevivo
ni cuál es la razón que me sostiene,
ni de dónde proviene y me mantiene
la parte de tristeza que recibo.

Tengo la libertad y soy cautivo
el corazón me tiene y no me tiene,
vengo desde los dioses y no viene
ningún dios a decirme que estoy vivo

Apenas si perduro, si comprendo
el triste oficio de seguir latiendo
en mitad del silencio y el despojo

Dadme al menos un agua y una arena,
una ilusión, una verdad, un ojo.
Quiero mirarme adentro de mi pena.

Gustavo García Saraví

El Ministerio del Tiempo y las mil Españas

El Ministerio del Tiempo

Ví el primer capítulo y me fascinó. No hay spoilers, siga leyendo tranquilo, aunque aún no sepa por qué terminará viendo esta serie. «El Ministerio del Tiempo» es una serie fantástica y de aventuras que se basa en hechos de la historia de España. El propio Ministerio del Tiempo es una institución secreta de la que sólo tienen conocimiento presidentes, reyes y quienes trabajan en él, y tiene como misión preservar la historia de España.

“No podemos decir que no podría haber sido mejor, pero tan mala no es, y no somos quiénes para cambiarla, por lo que tenemos que mantenerla así porque es lo que nos ha hecho que lleguemos hasta aquí”, algo así explica su director a los recién llegados. La premisa –en la que Lucía ve el rancio orgullo españolista– oculta a primera vista mucho más de lo que sugiere inocentemente. A lo largo de toda la serie aparecerá cierta tensión en desafiar esa filosofía y esa misión constantemente, tanto para beneficio colectivo como para beneficio personal de los funcionarios del Ministerio que tienen acceso a las Puertas del Tiempo.

He pensado mucho qué es lo que más me engancha de la serie. Se ha dicho que El Ministerio del Tiempo gusta porque ensalza la figura del funcionariado español, porque allí se habla de España en singular, como si fuera una sola y sin acentos, y que en España gusta porque nos recuerda lo españoles que somos. Yo detesto los nacionalismos, ese orgullo idiota de haber nacido en un trozo de tierra y creer que es mejor que otro. Los conozco, los padezco, tanto el argentino como el español. Cada vez que caigo en ellos, como en un perfume dulce y reconfortante, huyo: las fronteras y las banderas son útiles para administrar, pero los seres humanos somos iguales en lo que importa. Y justamente me parece que El Ministerio del Tiempo se ríe de eso: reconoce esas señas de identidad que los españoles ostentan como propias y de paso hace un chiste con eso. Se han ganado a la audiencia, y aprovechan para tirar del anzuelo. Y mientras hablan sobre reyes, guerras, armas, también hacen crítica social, mostrando cómo se ven las cosas en una y otra época. La ciencia ficción muchas veces ha abierto caminos para que nos cuestionemos nuestra realidad desde el panorama que nos da otro mundo distópico: esa misma crítica social creo ver en algunos diálogos de MdT, y me encanta.

Los jevis de Gran Vía

A quienes nacimos afuera nos muestra de dónde vienen tantos rasgos españoles, nos los muestra jugar y competir entre ellos a lo largo de la historia. No vemos dos, vemos las mil Españas. Y aún así, paradójicamente, es una serie que tiene que luchar contra su estigma de ser española. Cada vez que la he recomendado, me decían lo mismo: “Oí buenas cosas de ella, pero es que me da mucha pereza ver una serie española”. Y también el asombro: “¿de verdad es tan buena siendo española?”. Estoy convencida de que si no la ha visto más gente (aún) es porque ese prejuicio les juega en contra. Los hermanos Olivares y el gran equipo detrás de este producto acaban de demostrar contundentemente que la ficción en este país puede estar al mismo nivel de las mejores series internacionales.

Hay muchísimas cosas que me gustan de la serie, no creo que termine de poner todas en este texto. La elección de los actores, la mezcla de la Historia (siempre con mayúsculas y tan intocable) con el humor, la simpatía de los personajes. Hay escenas muy logradas. Emociona, sorprende, hace reír. El guión es tan bueno, que a pesar de que los actores a veces declamen algunas líneas como si estuviesen en un teatro, logra sobreponerse y crear escenas geniales. Los guiños a la audiencia son constantes, pero no burdos ni obvios. El papel de las mujeres de la serie es maravilloso: Amelia e Irene son las jefas de las misiones, así, de entrada. Las mujeres son protagonistas íntegras, no son amantes o esposas. Son quienes van adelante y quienes rompen las reglas o se atreven a tener las suyas propias. Y finalmente otro detalle que me llama mucho la atención: escuchar a alguien hablando de vos sin ser argentino, escuchar cómo sonaba el vos de España en el Siglo XVI en la voz de Alonso de Entrerríos. Otras cosas que me gustan están descriptas en la reseña de Jot Down (ahí sí hay spoilers).

García Lorca en El Ministerio del Tiempo

Ví la serie en un par de días, tras volver de Argentina. Alguien prof_falken pidió que entrevistáramos a Javier Olivares, su creador, para el Pregúntame, y quise ver de qué se trataba esto. Ese día compartí un viaje de vuelta de Burgos con Antonio (@aberron, ¡gracias!) y le pregunté qué era y me dijo algo así como “Un Doctor Who español”. Sin creerme demasiado su entusiasmo busqué el primer episodio, y en el camino me encontré con mil millones de comentarios en redes, foros, páginas en Facebook y Twitter, millones de fanfics, un Tumblr oficial. Y lo mejor es que no tuve que descargarme nada porque toda la serie está en el servicio A la Carta de RTVE.

La app móvil para verlo con Chromecast es una idea excelente, si funcionase bien. En principio todo va bien hasta que decides pausar, si hiciste eso perdiste: se cuelga la aplicación, hay que comenzar otra vez. Y no solo abrir la app otra vez, sino ver de nuevo todo (!!) porque no funciona bien la función de adelantar/volver atrás. El otro problema es que algunos capítulos se ven en HD y otros no, también una pena, porque ha sido filmada cinematográficamente y sería bueno disfrutarla así.

El éxito del Ministerio del Tiempo

Last but not least, una de los aspectos más interesantes del fenómeno MdT es que pone sobre la mesa el tema de las mediciones. Cuando se habla del éxito de esta serie es necesario explicar que estuvo mal programada, que los primeros cuatro capítulos no tenían un mismo horario, que su audiencia en vivo y en directo era alta pero es en el diferido y en web donde se dispara finalmente: 3.100.000 personas vieron el último capítulo, mientras que “sólo” 600.000 lo vieron en directo. ¿Hasta qué punto es miope seguir considerando sólo a un tipo de medición, la de los audímetros y olvidar a una gran porción de la audiencia, audiencia bastante más exigente además, que ya no ve TV en directo sino a la carta y en diferido?

La participación en redes generada por parte de los ministéricos (así se llaman los fans de MdT) generó fanfics, memes, un podcast, tumblrs, incluso subtítulos en inglés y hasta húngaro; también una petición en Change.org para que TVE hiciera una segunda temporada, algo que al final se ha confirmado por parte de la cadena. Por cierto, en breve tendremos a Javier Olivares en el Pregúntame, los encuentros digitales con los lectores de eldiario.es.

 

Más enlaces:

El Ministerio del Tiempo – Capítulos completos

Entrevista a Javier Olivares – Informativos.net (video)

La fiebre ministérica – La Vanguardia

La gracia y el ceceo

Así gobierna El Ministerio del Tiempo las redes sociales

Entrevista a Javier Olivares en Vaya Tele

‘El Ministerio del Tiempo’ es también el Ministerio del Éxito

Conclusiones de un ministérico después del final de El Ministerio del Tiempo

Ruta ministérica por las localizaciones de El Ministerio del Tiempo

La guía imprescindible para descubrir el Madrid de El Ministerio del Tiempo

Generador de certificados del Ministerio del Tiempo

Periodismo de filtraciones en España

Filtrala cumple un año y en la jornada que organizó para celebrarlo estuve hoy moderando la mesa redonda: «Periodismo de filtraciones en España: experiencias, retos y perspectivas», con la participación de Pedro Noel y Santiago Carrión (@wbpress), de Associated Whistleblowing Press; Ter García, de Diagonal; Toni Martinez (@tonillo), de La Marea, Susana Sanz (@suysulucha), de Fíltrala, y Juan Luis Sánchez (@juanlusanchez), de eldiario.es. Hablamos de la experiencia de los medios, el proceso para trabajar con información que ha sido filtrada y los mejores recuerdos de publicaciones de este tipo que han surgido este año.

Los árboles de mi ciudad están tan grandes

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No hace falta ser anciano para darse cuenta de que con los años los lugares de la niñez se te quedan dentro, y en mi caso tienen forma de calles que recorro desde hace años una y otra vez mentalmente, desde la bicicleta o caminando, o trepando si son árboles o techos. Mi niñez fue feliz y es mi tesoro. Esas calles se quedaron en Argentina, en distintas ciudades en las que viví y a las que hacía muchos años que no volvía.

Viajo bastante y siempre intento ir a lugares que no conozco. Pero en este viaje volví a caminar por las calles de mi niñez, con ojos muy abiertos, con la cabeza yendo y volviendo. En la ciudad donde nací todos me mostraban los edificios nuevos, las fuentes, los puentes, y yo no me cansaba de mirar los árboles. Todos están tan grandes. Son más parte de la ciudad de lo que uno esperaba: despeinados, frondosos, enormes.

Muchas de las calles de las ciudades donde viví han cambiado tanto que me costaba reconocerlas: las tiendas y las personas parecían familiares pero claro, no eran las mismas. A veces las aceras, o los nombres de las calles eran lo más reconocible: todo lo demás era diferente, más ruidoso, más intenso y más complejo y a la vez más pequeño de lo que yo recordaba. Como cuando ves a través de las gafas de un miope. Las casas estaban más enrejadas y creo que también por eso parecían pequeñas. Mis escenarios de la niñez estaban definitivamente más llenos de libertad.

Los olores son exactamente los mismos: ¿cómo pueden ser tan concretos y tan endiabladamente difíciles de definir? En cada esquina se amontonaban recuerdos, y quizás por eso no podía caminar muy deprisa. Pasé por la casa de Emiliano, el chico terrible que no soportábamos mucho pero que era el único que tenía una Commodore 64 y nos la prestaba alguna vez. Ví las casas del barrio Gómez, y cada una eran tanto más que casas: rostros, familias, historias. De chicos, con Mati, mi compinche, subíamos al tejado de nuestras casas y desde ahí saltábamos a otros techos vecinos, nos encantaba treparnos a ese mundo propio y aunque no nos dejaban, llegamos a conocer los tejados de muchísimas casas de la manzana.

A veces los recuerdos eran sólo retazos de imágenes sin sentido: las frutillas que nos convidaba el marido de nuestra profesora de inglés, el cuerpo muerto de un pajarito en la calle que había caído de su nido, la piedra que había debajo del río y que teníamos que evitar al nadar para no rompernos los dedos de los pies.

La calle Libertad, la primera en la que vivimos y que significaba tantas cosas. La rotonda con la estatua de La Madre. El café Amici. La Telefónica, donde estaba la única cabina de teléfono pública, en la que había colas todas las noches para llamar, porque era más barato. El helado de chocolate de Frigor, en la heladería de la señora Kalas, que siempre nos sonreía. Ha muerto, me dijeron. La vez que pasé caminando frente a la tienda del chico que me gustaba y me temblaban las piernas de niña de 12 años. Pasé y me temblaron otra vez, a pesar de que la tienda no era la misma, ni había nadie allí.

Pasé por la casa embrujada. Todos decían que por las noches se veían luces y cortinas moverse a pesar de que nunca estuvo habitada, yo no consideraba necesario ni siquiera poner en duda algo que decía todo el mundo, y nunca pasaba por ahí. Sigue cerrada. Era de día cuando la volví a ver pero siempre la veo oscura. Frente a ella tuve 8 años otra vez, el mismo silencio en esos sauces, las mismas ventanas despintadas. Sólo pensé en hacerle una foto y me fui enseguida.

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La casa embrujada

La escuela Mariano Moreno. Mi escuela primaria con nombre de periodista prócer, que cumplió 100 años y no cambia. Aunque era blanca y ahora es amarilla, está pintada y es reluciente y hermosa como la recordaba. Sólo se ve tan pequeña que no quise mirarla mucho, creo que quise quedarme con la escuela inmensa de mi memoria. Con esos pasillos anchos donde salíamos cantando todos los días en fila hasta que bajábamos las escaleras de la entrada y alguien nos estaba esperando con una sonrisa. La garganta se me anuda.

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La escuela

Si hubiera tenido más días, hubiera recorrido todas las calles de esas ciudades, mirándolas, por fuera y por dentro mío, no sé muy bien por qué, ni de dónde viene ese placer tan hondo.

When

«For truth and duty it is ever the fitting time; who waits until circumstances completely favor his undertaking, will never accomplish anything»

– Martin Luther

Redacciones

NYT_News_Room_Pulitzer_speech_2009

“Tengo a esta redacción el amor que tiene un inmigrante”. Algo así dice David Carr en Page One, el documental sobre el New York Times, que es también un documental sobre estos tiempos en la prensa. Cómo no identificarme con esa frase, cuando el periodismo que uno hace es un privilegio, cuando llegar a una redacción como la mía es un premio cada lunes.

Cuando terminé mi carrera, tras años de prácticas y muchas entrevistas frustrantes decidí que si el periodismo no tenía nada que ver con internet no me interesaba. Tras años de proyectos digitales propios e impropios y freelancear a gusto y disgusto, encontré una redacción, nada tradicional pero muy periodística, donde se hace periodismo a pesar de todo. En mi lista de mis lugares favoritos del mundo -no lo dudo ni un momento- una redacción está entre los primeros.

Carr también dijo:

The dirty secret: journalism has always been horrible to get in; you always have to eat so much crap to find a place to stand. I waited tables for seven years, did writing on the side. If you’re gonna get a job that’s a little bit of a caper, that isn’t really a job, that under ideal circumstances you get to at least leave the building and leave your desktop, go out, find people more interesting than you, learn about something, come back and tell other people about it—that should be hard to get into. That should be hard to do. No wonder everybody’s lined up, trying to get into it. It beats working.

Foto: Nycmstar

Citizenfour

Edward Snowden en Citizenfour

La película de Laura Poitras es un documental imprescindible para entender esta nueva etapa de internet. Citizenfour es, primero, un documento histórico que recoge de primerísima mano el encuentro de Edward Snowden con los periodistas que le ayudaron a revelar al mundo el mayor espionaje masivo conocido; y después, una película inquietante, donde es la información y no la música la que nos hace darnos cuenta de que no estamos viendo ciencia ficción. Escribí más sobre Citizenfour en Diario Turing.