El feminismo, ¿de moda?

feminismo-cool

«Se debate últimamente sobre si el feminismo se ha puesto de moda, dado que hay divas del pop que lo proclaman y desde el cine, el cómic o la publicidad se apela al empoderamiento de las mujeres como reclamo para consumir. Sin embargo, ¿qué feminismos se están popularizando? Yo diría que, básicamente, los que apelan aun empoderamiento individual, a la liberación femenina, al girl power, sin hacer demasiados análisis estructurales ni mucho menos interseccionales. ¿Qué aporta ese feminismo a las mujeres cuya experiencia está atravesada no solo por el sexismo sino también por el racismo, la LGTBfobia, la pobreza, el colonialismo o el neoliberalismo más bestia? Y luego están las que intentan salvar a ‘las otras’, las que, por ejemplo, aterrizan en Marruecos para dar lecciones de libertad sexual, sin tener en cuenta a los colectivos LGTB locales. Creo que esto también se ve en el feminismo más de base: la relación con ‘las otras’ (las mujeres de otros contextos, ya sean geográficos o sociales) suele ser o ignorarlas, o nombrarlas como postureo (reivindicar a las putas, a las moras y a las negras pero sin acercarnos a ellas), o intentar salvarlas.

— June Fernández, Hasta que todas seamos libres

Foto: ModernGirlBlitz

How long do you want these messages to remain secret?

The longer the key you are trying to generate, the longer this takes. Randy is trying to generate one that is ridiculously long. He has pointed out to Avi, in an encrypted e-mail message, that if every particle of matter in the universe could be used to construct one single cosmic supercomputer, and this computer was put to work trying to break a 4096-bit encryption key, it would take longer than the lifespan of the universe. “Using today’s technology,” Avi shot back, “that is true. But what about quantum computers? And what if new mathematical techniques are developed that can simplify the factoring of large numbers?” “How long do you want these messages to remain secret?” Randy asked, in his last message before leaving San Francisco. “Five years? Ten years? Twenty-five years?”

I want them to remain secret for as long as men are capable of evil.

(…) If you want your secrets to remain secret past the end of your life expectancy, then, in order to choose a key length, you have to be a futurist. You have to anticipate how much faster computers will get during this time. You must also be a student of politics. Because if the entire world were to become a police state obsessed with recovering old secrets, then vast resources might be thrown at the problem of factoring large composite numbers.

— Cryptonomicon, Neal Stephenson

Nasreen Mohamedi

Nasreen Mohamedi

It was something that really stayed with me—that a humble work can also seem monumental, dijo Philippe Vergne. Líneas y líneas perfectas que no son frías, que transmiten tanto. Minimalismo lleno de profundidad. Hay que ir a ver Nasreen Mohamedi, mujer, pakistaní que vivió en India, zen, en sus dibujos de grafito y papel. Está hasta enero en el Reina Sofía, en Madrid.

El patrón del mal: una serie bien verraca

Pablo-Escobar-The-Druglord_590x330

Me quedan 10 capítulos para terminar la serie colombiana de Pablo Escobar, «El patrón del mal», y me acabo de dar cuenta de que he suspendido todo otro TV show, película y mucho de lo que pudiera ocupar mi tiempo libre para consumir frenéticamente los 103 capítulos que llevo. Lo había advertido Casciari pero pensaba que exageraba, como todo argentino 😉

El mayor delincuente de Colombia era además un multimillonario que gastaba 2.500 dólares por mes sólo en gomitas para atar los fajos de dinero. Su hermano, que llevaba la contabilidad, contó que tenía que descontar un 10% de sus ingresos anuales en billetes que se destruían a causa de la humedad o las ratas. Ganaba 21.000 millones al año de los que descontaba más de 2.000 millones en ese concepto. Tenía tanto dinero que literalmente, le sobraba, porque no podía gastarlo. Escobar vivió prófugo y con miedo a la extradición hasta su muerte.

Pablo Escobar es de esos tipos malos fascinantes, al nivel de Tony Soprano. Pero el personaje es mucho más humano que Rubén Bertomeu, el empresario corrupto de Crematorio, y más ingenuo que el Frank Underwood de House of Cards, aunque más sanguinario que todos estos. Sabes que Escobar es el generador de tanta muerte y desgracia, pero tu odio es racional. En algunos momentos de la serie parece que lo entiendes y eso te horroriza. Lo odias y quieres que ganen los buenos, pero estás metida en su carrera hacia adelante. Y ya no entenderás nada, como cuando ves a un sicario que le pide protección a la virgen antes de ir a matar.

Y en ese momento también lees por ahí que la serie que muestra a un Escobar tan humano fue producida por la sobrina de Luis Carlos Galán, el candidato asesinado por Escobar; que los guiones, fueron supervisados por Camilo Cano, hijo del director del periódico que asesinó Escobar; y que la escenógrafa debió recrear una escena en la que mataban a su propio abuelo.

Es una serie en la que a cada escena vas recordando lo que leíste en los periódicos, y donde muchos de los crímenes tienen una entrada propia en la Wikipedia, porque sucedieron realmente. Digamos que la historia te ha espoileado el espectáculo. La ves poniendo pausa y buscando en internet nombres y datos. La realidad es tanto más complicada e interesante que la ficción, y no puedes más que entender la gravedad de la tragedia que vivió Colombia en aquellos años. La serie cuenta la historia de Escobar desde que era niño hasta su muerte, contando los hechos políticos que vivió el país. La serie se centra en Escobar, su familia y su entorno, el Cartel de Medellín y muestra cómo el narcoterrorismo organizó una red de sicarios que asoló al país.

Una de las cosas que más me asombran de la realización es que meten imágenes reales, discursos en audio y vídeo de algunos sucesos que recogió la televisión: imágenes de atentados, declaraciones de los protagonistas, audios telefónicos, discursos de los funcionarios que fueron grabados. Asombrosamente logran que el contraste entre lo real y la representación sea irrelevante. Uno sabe que todo eso ocurrió, aunque al comenzar cada capítulo una placa advierta que los hechos históricos están rodeados de escenas de ficción.

Por otro lado las caracterizaciones de los personajes son asombrosamente rigurosas. A pesar de que no se corresponden exactamente los nombres con los personajes en todos los casos, en los que pude encontrar imágenes reales, el casting es impresionante: Andrés Parra («ya no era Andrés sino Pablo Escobar«, dijo en alguna entrevista); Popeye (llamado «El Marino» en la serie, los que vieron la serie, vean esta entrevista en la cárcel y díganme si no es un gemelo); el candidato Luis Carlos Galán, Diana Turbay.

Años de producción de telenovelas han dejado su huella y a pesar de que «Pablo Escobar, el patrón del mal» fue una de las mayores producciones colombianas en televisión y está rodada en HD, no termina de sacudirse el sabor a culebrón que le dan ciertos cortes de música, y sólo por eso creo que la serie no es muy conocida en España. No hagan caso al prejuicio. Está muy bien rodada, tiene unos exteriores envidiables, con buenos diálogos y un ritmo que no te deja tomar aliento ni un momento.

No dejo de recordar a Medellín cuando la conocí en 2013, esa ciudad tan luminosa y tranquila, su gente y sus barrios, y yo en ese viaje no conocía tantos detalles de lo que había sucedido en esas calles. Punto extra para todos los vocablos y frases colombianas que uno aprende en el transcurso de la serie. ¿Sí o qué? ¡Muy verraco eso, hermanos!

Medellín, vista desde Santo Domingo

Hannah Arendt y sus ojos despejados

scene-from-hannah-arendt-052413-inlinewide

Algunas profesiones tienen el privilegio de momentos de claridad, del acceso a ciertos descubrimientos y de poder mostrar su visión con palabras o con sus obras, como las de la investigación y la ciencia, filósofos, escritores, artistas. La verdad, tan perseguida, no es un animal doméstico. Muchas veces la vemos con horror y tenemos que contarla. Otras veces nos preocupa no poder imaginarnos las consecuencias de contarla. Otras veces ni siquiera es tan interesante y tenemos que descartar un titular que seguramente sería viral pero no cierto. Muchas veces no es la que pensábamos.

Una mujer, Hannah Arendt, judía, filósofa y superviviente de la matanza nazi, viajó a Jerusalem cuando juzgaron a Adolf Eichmann, tras haber sido apresado en Buenos Aires, y a la vuelta escribió un libro en el que desarrollaba el concepto de la banalidad del mal. Arendt se dió cuenta de que Eichmann no era tan interesante, y ni siquiera el monstruo inteligente obsesionado con la aniquilación de los judíos que el fiscal israelí intentaba mostrar. Eichmann se reveló a los ojos de Arendt como un burócrata mediocre y vulgar, que seguía órdenes y cuya mayor aspiración era el orden y la ejecución de un plan que le había sido encomendado.

Contra todo lo que esperaban sus lectores, su comunidad, sus pares académicos y una sociedad ansiosa de justicia contra cualquiera que representase el régimen nazi, Arendt escuchó, debatió y razonó. No se comportó como la judía defensora de la causa de su pueblo que muchos veían en ella, sino como una pensadora universal. No creía que un filósofo pudiera ser neutral con respecto a la política, aunque reconocía que Kant era una excepción, y en una entrevista dijo: «I want to look at politics with an eye unclouded by philosophy» (Quiero mirar a la Política con ojos despejados por la Filosofía).

There’s always tension between politics and philosophy. Between man as a thinking being and a man as an acting being. There’s a tension that does not exist in natural philosophy. Just like everyone else, the philosopher can be objective with regard to nature. When he says what he thinks he speaks for all mankind. But he can’t be neutral with regard to politics. Not since Plato. There is a kind of enmity against all politics in most philosophers, with some exceptions, Kant is one of them. I want no part in this enmity, I want to look at politics with an eye unclouded by philosophy.

Su libro abrió una guerra civil entre la intelectualidad neoyorquina y europea en los años 60, y ella además de las críticas sufrió ataques que la acusaban de nazi. Antiguos amigos e intelectuales dejaron de dirigirle la palabra.

Casi medio siglo después, «Hannah Arendt», la película de Margarethe von Trotta volvió a abrir el debate y el malentendido sobre la intelectual. Aunque el concepto de que quien hace el mal puede ser una persona corriente está aceptado como un descubrimiento de la filósofa, en el debate actual algunos consideran que no estuvo bien planteado en su libro y que el ejemplo de Eichmann no era correcto. Quizás el problema es que muchos de sus críticos no han leído el libro, y seguramente hacerlo es el primer paso para intentar comprender, el cual ella decía que era su objetivo al escribir.

En el vídeo más arriba puede verse con subtítulos en inglés la entrevista íntegra que le hizo Günter Gus para un programa de televisión alemán llamado «Zur Person» (La persona), emitido el 10 de abril de 1963 en ZDF.

Los artículos que publicó Hannah Arendt para The New Yorker y de los que luego surgiría el libro están online: Eichmann in Jerusalem-I, II, III, IV y V.

Por qué se usa mal la palabra ‘hacker’ en titulares

00192327-960x601

Never mind that in ‘true’ hacker culture – as found in hackerspaces, maker-labs and open-source communities around the world – the mechanical act of breaking into a computer is just one manifestation of the drive to explore beyond established boundaries. In the hands of a sensationalist media, the ethos of hacking is conflated with the act of cracking computer security. Anyone who does that, regardless of the underlying ethos, is a ‘hacker’. Thus a single manifestation of a single element of the original spirit gets passed off as the whole.

-How yuppies hacked the hacker ethos – Brett Scott – Aeon

Sólo una definición en un gran texto que recomiendo y que explica lo que nos dejamos por el camino cuando desconocemos el origen de la cultura hacker, y contribuimos a su gentrificación.

Las cinco reglas de Botsford para editar un texto

Redacción de The New York Times, 1942. Fuente: Wikipedia

Las memorias de periodistas, escritores, corresponsales y demás fauna de los medios me fascinan. Gardner Botsford fue editor del New Yorker. En sus memorias, “A Life of Privilege, Mostly«, (Una vida de privilegio, en general), Botsford resume el trabajo del editor en cinco reglas, junto con algunas vivencias con las que todo el que haya cumplido funciones de editor en una redacción le resultarán muy fáciles de identificar con las propias. ¿Quién no ha tenido un Wechsberg?

 

A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales: «Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre. Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba. Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué. Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto.

Como la revista publicaba cincuenta y dos números al año, la mayoría de los cuales contenía (entonces) al menos dos piezas factuales, era demasiado esperar que los escritores de primera fila pudieran satisfacer esa demanda. Eso abrió la puerta a escritores de segunda línea y yo (como Sandy, Shawn y todos los demás) tenía que echar una mano. Era el tipo de trabajo que me llevó a una serie de conclusiones sobre la edición.

Regla general n.º 1: Para ser bueno, un texto requiere la inversión de una cantidad determinada de tiempo, por parte del escritor o del editor. Wechsberg era rápido; por eso, sus editores tenían que estar despiertos toda la noche. A Joseph Mitchell le costaba muchísimo tiempo escribir un texto, pero, cuando entregaba, se podía editar en el tiempo que cuesta tomar un café.

Regla general n.º 2: Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición. No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa.

Regla general n.º 3: Puedes identificar a un mal escritor antes de haber visto una palabra que haya escrito si utiliza la expresión «nosotros, los escritores».

Regla general n.º 4: Al editar, la primera lectura de un manuscrito es la más importante. En la segunda lectura, los pasajes pantanosos que viste en la primera parecerán más firmes y menos tediosos, y en la cuarta o quinta lectura te parecerán perfectos. Eso es porque ahora estás en armonía con el escritor, no con el lector. Pero el lector, que solo leerá el texto una vez, lo juzgará tan pantanoso y aburrido como tú en la primera lectura. En resumen, si te parece que algo está mal en la primera lectura, está mal, y lo que se necesita es un cambio, no una segunda lectura.

Regla general n.º 5: Uno nunca debe olvidar que editar y escribir son artes, o artesanías, totalmente diferentes. La buena edición ha salvado la mala escritura con más frecuencia de lo que la mala edición ha dañado la buena escritura. Eso se debe a que un mal editor no conservará su trabajo mucho tiempo, mientras que un mal escritor puede continuar para siempre, y lo hará. La buena escritura existe al margen de la ayuda de cualquier editor. Por eso un buen editor es un mecánico, o un artesano, mientras que un buen escritor es un artista.

Vía el blog de Fernando García Mongay